LA CASITA BLANCA DE BARCELONA

Sin duda alguna, el edificio no pasara a la historia de la ciudad, por el proyecto, ni por su arquitecto, ni tampoco por su constructor, pero sí que pasara por su historia y por las historias vividas entre sus paredes durante un siglo y por ser un exponente claro, de la hipocresía de los estamentos políticos, que chillan cuando están en la oposición y callan cuando están en el gobierno.

EL MUEBLÉ DE LOS SEÑORES

Situado en la calle Bolívar 2-4, esquina con Ballester y Avenida de Vallcarca. Sus comienzos empiezan a principios del siglo XX, con un establecimiento dedicado a la restauración (marisquería), en el que se comía tan bien y tan abundante, que los clientes al finalizar la comida, comentaban “si ahora cogiera yo una cama”.

Tanta veces su propietario escuchó este comentario que decidió habilitar una serie de habitaciones del primer piso, para poder ofrecer este servicio a los comensales, esta idea sin malicia al principio, se convirtió el algo acostumbrado en algunas parejas, que después de comer se retiraban a descansar una vez finalizada la comida.

Poco a poco la noticia empezó a comentarse en las altas esferas que veían un pequeño escape en sus comidas, digamos de negocios extramatrimoniales. La idea de la siesta fue comentada por fabricantes y empresarios, que vieron en dichas comidas lograr alguna cosa más si se presentaba la ocasión.

Esta noticia llego a oídos de Jordi Sendra un empresario de Vilafranca de Penedès, que en 1912, adquirió el local, con el fin de realizar unos cambios y crear un nuevo negocio que en el transcurso de los años, le hizo pasar a la historia de la ciudad.

Sendra, se dio cuenta en seguida, que si quería tener éxito en el proyecto, debía explotar dos virtudes exigidas por los clientes: La “discreción”, para que no se conocieran el nombre de las personas que ocupaban las habitaciones y que los clientes se vieran protegidos de ser vistos por otros clientes, para poder así mantener su anonimato.

Para ello se ingeniaron una serie de entramados y movimientos tanto para automóviles como para personas. Los automóviles tenían un semáforo en la entrada, el cual no se ponía verde, hasta que el coche estaba completamente camuflado y sus ocupantes se encontraban fuera de la vista de los nuevos clientes.

Ya dentro del edificio, una serie de pasillos y puertas con luces rojas y verdes permitían el paso a la siguiente estancia, lo que hacía imposible ser visto ni tampoco encontrarse con otra persona.

Sendra, en seguida se dio cuenta que si quería tener éxito en su proyecto, debía explotar dos virtudes exigidas por los clientes: La “discreción”, para que no se conocieran (fácilmente) el nombre de las personas que ocupaban las habitaciones. Que los clientes se vieran protegidos de ser vistos por otros clientes para mantener así su anonimato. Para ello se ingeniaron una serie de entramados y movimientos tanto para que los automóviles como para las personas.

La decoración de las 43 habitaciones, realizada por el cuñado de Sendra, había sido estudiada minuciosamente para dar un ambiente relajado, lejos de las decoraciones excitantes de los burdeles europeos, realizadas con un ambiente cálido, en las que se había empleado la madera noble y los tonos suaves.

TODO PARA PRESERVAR LA IDENTIDAD DE LOS CLIENTES

Todas las habitaciones (aunque de distintas categorías), tenían un sistema de información digno del siglo XXI, sobre una mesilla tres botones daban la clave en una centralita del servicio solicitado por el cliente, el “Rojo”, estaba para pedir el servicio del camarero, el “Verde”, estaba para salir a pie del edificio y el “Amarillo” era para que solicitase el servicio de un taxi. Se cuidaba tanto la seguridad de los clientes, que los domingos se comunicaba en un panel los resultados y de los incidentes habidos.

Exteriormente no había ningún rótulo identificativo para salvaguardar la identidad de sus clientes. Sus ventanas siempre estaban cerradas y en su terrado siempre había sábanas blancas tendidas.

Era imposible encontrarse con otros clientes, ya que antes de desalojar la habitación debías avisar a recepción. Lo que hacía poner en marcha una operativa, que hacía imposible encontrarte con alguien en los pasillos. No estaba permitido el pago de los servicios con tarjeta de crédito, para no dejar rastro de su paso por el local.

La limpieza, en aquel entonces constituía el mejor reclamo para sus clientes, con el fin de poder prevenir contagios (ya que aunque no se podían prevenir los contagios entre personas), si se podían evitar los que concernían a la pulcritud y la limpieza del servicio.

El nombre que adoptó el negocio fue «La Casita Blanca». Para entrar debías tener 23 años cumplidos y sólo se aceptaban parejas de hombre y mujer.

UN ATRACO PARA DAR UN SUSTO A LOS BURGUESES

Manuel Fornés Marín, fue uno de los integrantes del grupo que asaltó la Casita, el 9 de octubre de 1949, el cual hizo unas declaraciones en agosto del 2012, a la revista Catalunya, en Segur de Calafell, contando lo sucedido ese día. Se trataba de darles miedo, de hacer saber a los ricos que eran vulnerables”, hicimos una operación económica, nos llevamos 37.000 pesetas y documentación de los clientes adinerados que eran habituales en el local.

Fornés, había nacido en Can Tunis en 1930, hijo de un metalúrgico anarquista militaba en la Federación Ibérica de las Juventudes Libertarias (FIJL), luchó contra el franquismo, siendo detenido junto a 30 compañeros el 6 de febrero de 1952, pertenecía a la Junta de Defensa de Barcelona, en el juicio se impusieron nueve penas de muerte, cinco fueron ejecutados. Murió en Barcelona el 16 de abril de 2015.

El siguiente testigo fue un cliente, que decía que ese día estaba en el lugar y que realizo una entrevista a uno de los mejores periodistas de la historia de Barcelona, Lluis Permayer, que publicó La Vanguardia el lunes 28 de marzo de 2016, en su separata “Vivir” (siempre bajo el anonimato). Situaba la acción a primeros de septiembre de 1950.

Noche de sábado a domingo. Estoy yo en la habitación con mi compañera y, de pronto, llaman a la puerta. Me pongo a toda prisa el calzoncillo, abro y aparece el camarero con cara de espanto, flanqueado por un tipo bajito, con bigote y blandiendo una pistola Star 9 largo, que, imperioso, nos ordena: “¡Abajo!”. Nos meten en el ascensor con otra pareja, y él murmura por lo bajo en catalán que le va a quitar la pistola al tipo: no para de moverse y empujar y el ascensor cruje. Somos los últimos

Particularmente sospecho que el individuo,” Mintió”. Creo que no estuvo en el local, si a cualquiera le toca vivir esa experiencia, no se equivoca ni de la fecha del año ni del mes. En lo único que acierta es que eran maquis, que fueron cinco o seis y que huyeron en un coche y que a los clientes los llevaron a la comisaría de Lesseps. Lo de que huyo para que no se enterase su familia, en un descuido de la policía (lo pongo en cuarentena).

Pese a estar prohibida la prostitución en España. La Casita Blanca estuvo funcionando sin problemas de 1912 hasta el 28 de diciembre de 1971, fecha en fue clausurado, por el juez Andrés de Castro en el marco de una operación contra la prostitución.

Entre el 2001 y el 2002, Carles Balagué realizo el documental La Casita Blanca, la ciudad oculta. En el 2011 Silvia Munt, dirigió la película “Meublé. La casita blanca”.

En el 2011 la reforma urbanística de la zona impuso la desaparición de un local que estuvo al servicio de algunos barceloneses, El local fue un ejemplo palpable de la hipocresía de muchos políticos, en cuanto a prohibición en los discursos y la permisibilidad en los despachos.

No todos los días se tiene la oportunidad de hojear un libro de contabilidad de la Casita Blanca. El Museu d’Història de Barcelona (Muhba) había uno. Es una rareza. Una lectura entretenida de lo que son solo unos fríos números también ofrece una interesante gráfica de los patrones de comportamiento de la infidelidad en Barcelona.

Documental del derribo de La Vanguardia.com, no se su será interesante publicarlo

La Casita Blanca https://www.youtube.com/watch?v=qLE9cYNFxxY

LA CASITA BLANCA (1912-1971)

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